lunes, 10 de noviembre de 2014

El indio del arco y la flecha

Por Marcelo Nieto


El artesano, minucioso, hace un arco semejante al que durante cientos de años sus ancestros fabricaron para caza. En él se sintetiza la raza, trae al presente la técnica y el arte de los mayores. La artesanía –como lengua-, hace que la cultura toba no muera.

Oscar Barreto tiene 55 años, es toba, es artesano, vive en la casa 95 del Pasaje Guatnolek del Barrio Toba. También de mozo, fue golondrina de cosechas en Villa Ángela, Gato Colorado, Sáenz Peña; también fue ladrillero, hoy es empleado municipal. Pero por las tarde va al cruce de Alvear y ruta 11 a vender sus productos.

Guadalupe Miles (fotógrafa) Imagen ilustrativa.


Como una religión amasa el barro, preparado con aserrín –mientras los nietos miran- y ya un tatú mulita, una lechuza, una máscara aborigen aparecen entre sus dedos. A un costado, Santa Agustina, su mujer, oriunda de Pampa del Indio, sobrina del renombrado cacique Maciel Medina (“de pulmón y poderosa palabra”) en silencio asiente la tarea.

Desde el ’72 que Oscar vive en el Barrio Toba y ya su abuelo José tenía una ladrillería en la zona. “Somos de las primeras familias que estuvimos en este barrio, antes que se construyan las cases. Por acá –señalando la calle peatonal- pasaba el tren que de la estación francesa iba hasta Sáenz Peña”, recuerda.

-¿Habla toba?

-Hablo toba que me enseñó mi abuelo y le enseño a mis nietos porque es lindo enseñar el idioma, que es lo que uno tiene. Y es una lástima que se va perdiendo casi todo, por asuntos de la política. Ahora por lo menos, tenemos escuelas bilingües.

-¿Y de los antiguos dioses?

-Ahora vino el Evangelio y se han ido los antiguos dioses. El abuelo nos contaba historias, de cuando adoraban al cielo, que a veces los meteoritos son espíritus. Yo miro el cielo y veo que pasan los satélites…


El arco y la flecha


Barreto muestra dos arcos listos para la venta. Tiene un valor de $10 por unidad. Grandes y livianos, espléndidos con sus dibujos y detalles de pluma y cuero sobre la madera blanca.

“Es madera de curupí, que es flexible, es una madera ideal para hacer el arco; también se usa tala o guayabí. La madera la consigo cerca de las lagunas”, cuenta.

-¿Algún secreto de la madera?

-Que no se la trabaje en luna nueva porque aparecen unos bichitos de la madera que se la comen toda.

-Pensar que los indios cazaban con arcos así…

-Mi abuelo cazaba en los riachos. En la gran inundación del ’66 apareció un dorado grande, como de 20 kilos y le apuntó con la flecha y le dio y el pez seguía nadando y se veía la flecha clavada, así que se sacó toda la ropa y se tiró al agua y le alcanzó.

Aclara que las pinturas del arco no tienen significado particular sino que son adornos y se utiliza tinta para cuero. “Antes, se usaban tintas vegetales. Todas las maderas tienen un color: el algarrobo rojo-marrón; el guayacán, negro intenso. La forma era agarrar un trozo de palo, ahuecar, cargar de agua el hueco y dejar tres o cuatro meses hasta que el agua se tiña”. También hay detalles de cuero de chivo en la flecha. El hilo tensado es nylon, pero “antes se usaba tiento de cuero de vaca aunque el mejor es el tiento hecho de venado; ese sí que no se rompe nunca…”.

Las flechas están hechas de tala (“son las mejores”).

El antiguo equipo de caza se completaba como un bolso de fibra, “grande y cuya trama cede; allí entraba cualquier cantidad de carne”.


El barro de la creación


“Lo único que no hago es tejer fibra, cestería”, dice Barreto que también es experto con el barro. Máscaras, ceniceros, jarrones, animales salen de sus manos. “Desde chico me dediqué a la artesanía y con artesanía mantuve a mi familia, cuando me casé”.

El barro tiene su proceso. Se lo junta de la costa del río o la laguna; hay distintas calidades de barro: amarillo, rojo, blanco. El barro es mesclado con aserrín. “Nos viene a la cabeza la idea de las formas, aparecen solitas”, cuenta.

Una vez adquirida la forma, la máscara –por caso- se deja orear por dos días para luego entrar al horno unas 30 horas”.

De mañana, Barreto trabaja en Paseos y Jardines, todas las tardes en bicicleta se va “al cruce”, con sus artesanías. “Somos casi 60 artesanos en esa parada. Pedimos a la intendenta que sea gentil en ponernos un techo y estantería para exhibir las piezas. Lo que había, se han robado…”.

-¿Se vende?

-Pasan muchos autos, pasan turistas, siempre para algún auto.

-¿Es feliz haciendo artesanías?

-Los abuelos decían que es el trabajo más sano. Eso decían, y es verdad.


Tapa del libro La isla de los muertos vivos de Marcelo Nieto.
 Del libro La isla de los muertos vivos Colección crónicas periodísticas.  Resistencia. Instituto de Cultura de la Provincia del Chaco, 2010.



Todas las veces que hago el viaje Corrientes-Quitilipi, el colectivo –por razones que desconozco- se detiene unos minutos (vaaaarios) en la intersección de ruta 11 y Avenida Alvear en Resistencia. Todas esas veces un hombre aborigen llamaba mi atención, siempre el mismo hombre ofreciendo artesanías. La sorpresa es grande al encontrar que en La isla de los muertos vivos,  Marcelo Nieto se encargó de brindarle un lugar, para que el hombre no muera en los recuerdos de viajes, para que la cultura toba no muera.

Entonces puedo asegurar, que con 40° o llovizna persistente, el qom es perseverante en su oferta de cultura.


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